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[EL GORRIÓN Y EL PRISIONERO]
      (CUENTO INCONCLUSO)
Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del
espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo
heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y
revuelos el silencio torvo del mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos llegan,
por conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro pájaro llega. Se les ve
en los rincones más apartados. Se les oye en todas partes. Corren todos los riesgos y peligros con
la gracia y la seguridad que su infancia perpetua les ha dado.
Ave de decisión, gorrión bueno, mejor entre los mejores, era Pío-Pa. Así llamaremos a este leve ser
de mi cuento. Llevaba su pantaloncillo corto con remiendos y su blusa de pluma gris, más remendada
que su pantaloncillo, con más dignidad que para llevar su corona y su cetro deseara el emperador de
Carcunda. Volaba a grandes vuelos, y cuando tocaba tierra su pata andaba a saltos, rasgo alegre de
entusiasmo juvenil. La alegría jamás faltó en su nido y en su pecho, donde permaneció arraigada por
debajo y por encima de las tristezas que van y vienen. Tejió su nido como el soldado su tienda, donde
le cogía la noche o la batalla por las migajas. No ambicionó, como los pájaros señoritiles, parasitarios,
ni la rama elevada para piar ni el lugar regalado para yacer con la gorriona. Las innumerables vueltas
que hacía al campo y los también innumerables tropiezos y asaltos que allí había experimentado acumularon
sobre su cabeza de ajo bello y su corazón aleteante cierta sabiduría: llegó a saber más que una rata de
cárcel: toda la que cabe entre una frente y un corazón loco.
Y, precisamente, una cárcel, no una jaula cualquiera, fue la causa de su gloriosa muerte. Pío-Pa, hemos dicho
que así le llamaremos, experimentado sorteador de las ballestas, pedradas, trampas y artimañas humanas conjuradas
contra su leve ser, volaba un día en busca del sustento de sus alas, que no es el aire precisamente, y
fue a detenerse en un agujero de un muro denso de piedra. El agujero tenía rejas, rejas espesas, casi tupidas,
que impedían el paso a la luz y a la libertad. Porque detrás del muro y el agujero se veía, y sólo un pájaro
podía permitirse ver aquello, una celda con un hombre atalajado de cadenas. Era una de tantas celdas y sólo
uno de tantos hombres sepultados en la tiniebla de uno de esos edificios que los albañiles han construido, a
veces para ser sepultura de ellos mismos. A duras penas, sólo el ojo luminoso del pájaro es capaz de penetrar
y esclarecer la tiniebla, consiguió Pío-Pa ver al hombre. Éste le miró, deslumbrado como ante un relámpago. Su
opaco rostro de preso se iluminó, y Pío-Pa halló en sus ojos una mirada pura que en pocos seres se halla, aunque
se busque con [ilegible], y se sintió recorrido por la confianza. Pío, pío, pío, dijo Pío-Pa, como si dijera:
Tío, tío, tío.
- ¿Cómo se atreves a llegar hasta aquí, gorrión loco?
- Pío, pío, pío.
- ¿No te da miedo la prisión, no temes la mano del hombre, gorrión feliz?
- Pío, pío, pío.
- ¿No te has visto en la jaula jamás, gorrión sin pensamiento? Viéndote así, tan jovial, tan ligero, tan pequeño,
me acuerdo de mi hijo.
- Pío, pío, pío.
- Oye, si sabes oír - continuó el preso -. Al cabo de un día y una noche me voy a morir. Me matarán. Dicen que soy
una mala persona y que es preciso que muera. No sé qué habré hecho. Ni en sueños ni despierto me acuerdo de haber
sembrado ni cosechado el mal. Sólo una mujer pudiera salvarme, pero su casa está lejos de aquí, en la región más
soleada de estas tierras. Y habría de recorrerse mucha distancia y mucho pío para llegar hasta ella. Si tú pudieras
llegar... Pero sólo hay un día y una noche de tiempo... Mañana no viviré... Lo siento por mi hijo ¡Quién tuviera tus
alas, gorrión loco!
- Pío, pío, pío - repetía Pío-Pa -. Y entró de un salto en la celda y se posó sobre el hombre del preso. Adivinó el
hombre con asombro que el ave le comprendía, y no se hubiera asombrado si supiera que un gorrión rodado sabe más que
una rata de cárcel. Se proveyó al instante de lápiz y papel, que tenía consigo, y escribió de prisa unas cortas letras.
En seguida buscó algo con que atar el papel, y hubo de desgarrar la tela de su camisa, y con un girón de la misma
anudó el papel al cuello de Pío-Pa, que no cesaba de insistir en su pío, pío, pío.
- Adiós, gorrión loco. ¿Sabrás llegar hasta la mujer que [ilegible]? En la región más soleada de esta tierra, en una
casa pintada de azul y blanco con una palmera y el mar a la puerta vive. ¿Llegarás hoy? ¿Volverás antes de mañana con
mi salvación? Ya sabes que estoy destinado a morir cuando nazca el alba del nuevo día si no estás aquí a esa hora. Ya
sabes.
Se besaron Pío-Pa y el hombre: el hombre como pudo y el pájaro como supo. El hombre quedó solitaria en su celda, y el
pájaro desapareció flechado por el agujero en su cielo y en su aire. No sé qué corazón latería con más fuerza, si el del
hombre o el del gorrión. El hombre quedó más opaco en su ser y en su celda, más preso, desaparecidas las breves alas
audaces, capaces de franquear hasta los muros de una prisión.
Mis ojos siguieron el vuelo del gorrión andar entre los [ilegible], a través de aquella mañana invernal con escarcha y sin
una nube. El frío atemorizaba los campos. Sólo su valentía de gorrión se atreve con el invierno. Las otras aves rehúyen los
malos tratos del diciembre y el enero, emigran a los países de primavera y verano constantes. Sólo el gorrión permanece ante
los duros tiempos.
El mundo es breve para las alas atrevidas. Las de Pío-Pa baten y avanzan velozmente. Es un relámpago de pluma que renueva los
horizontes por momentos. La tierra, abajo, gran punto de escarcha, desencadena su redondez girante. Ávido, impaciente por cumplir
su misió salvadora, el pájaro deja atrá páramos, valles, montes, ciudades, rió, bosques. Las horas avanzan con él, y el sol asciende
como temoroso de que se produzca un choque entre la luz y las plumas. Los gorriones que se cruzan en el camino de Pío-Pa sufren el
golpe de viento de su velocidad y piensan que aquel compañero ha enloquecido.
Avanza y avanza. Hasta que se siente rendido y en la necesidad de tomarse una tregua. Entonces, desciende y se detiene sobre un árbol
para cobrar nuevos bríos. Pero la tierra, que no es transparente como el aire, está llena de asechanzas. En el aire no es posible
el acecho invisible; en la tierra, sí. Pío-Pa ignora que, al detenerse, peligra su vida. Un hombre, concentrado todo él en apuntarle
sobre un arma de pólvora, guiña el ojo, tuerce la boca, hunde un dedo en el gatillo del arma con sus manos peludas aferradas a ella.
La mirada avizora del gorrión no ha reparado en el terrible bulto negro que procura disimularse tras un tronco. Suena el disparo. La rama
en que descansa Pío-Pa cae cortada al suelo. ¿Y el gorrión? ¿Ha sido destrozado? Algo del plumón de su pecho flota y se aleja en la
brisa. Pero nuestro héroe vuela ya muy lejos y muy alto, camino de la casa azul y blanca. No le ha sorprendido el incidente. Hecho su
corazoncito a todos los golpes, no queda en él campo para la sorpresa. Vuela más raudo, más arrebatado, más alegre.
Se cumple el mediodía. Ya la luz llega su madurez. Ya el aire es caliente alrededor del pájaro, que penetra en la zona más caliente de la
mañana. El cansacio se apodera otra vez de sus alas. Otra vez ha de renovarse su aliento en un breve descanso.
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