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He hecho una sola misión y ha sido por tierras, mejor dicho, por piedras salmantinas.
Inolvidables para mí los espectáculos de los cuatro pueblos en que estuve y sus gentes
de labor... Recuerdo sobre todo una mujer con cara de terreno labrantío...
Como el viaje fue por los finales de abril, salí a cuerpo limpio para allá. El frío me
cogió, y tuve que pedir auxilio a la capa del alcalde en el primer pueblo, a la del maestro
en el segundo, a la de un labrador en el tercero y a la de otro en el cuarto.
Un suceso: el cura de Princones -casado por detrás de la iglesia-, una cabeza de cerdo americano,
rubio y rosa, se dirigió, con el sagrario abierto y el cáliz en la espalda, al pueblo en plena misa
del domingo de Ascensión y clamó y trinó contra los ateos destructores de la iglesia que
habían llegado al pueblo, citando frases de la Biblia, de los evangelios y suyas de los sermones.
Los campesinos lo escucharon severamente, algunos comulgaron, cantaron el Tedeum, y después
nos dijeron que el cura hacía negocio con la cera y las ermitas y que era un tío putero. "Aquellos
dos zagales son suyos y de la... - de dijo uno señalándome dos rubiancos arrebatados, y añadió
socarrón- : ¡Y quince o veinte más que andan por ahí desperdigados!" Por la noche todo el pueblo
y gentes enteradas del caso de otros se agruparon alrededor nuestro en la cuadra donde proyectamos
cine y dijimos romances. Por falta de espacio, la chiquillería admiró la cosa colgada de las vigas
como de las butifarras.
Otro suceso: los campesinos de Ahigal de Villarino nos recibieron -éramos tres los de la misión-
recelosos y cejijuntos. Preguntamos al maestro el porqué de aquella actitud y nos dijo "Creen que
venías a platicar contra don... -el dueño de aquellos campos, no hago memoria del nombre-: y dicen que
si es así os iréis malparados." Tan diferentes nos hallaron de lo que ellos pensaban que dormimos en
la casona de don... no sé cómo y aquella misma tarde iban hombres y rapaces dando calles abajo la
noticia y la hora de la función, que así designaban nuestra labor, con caracolas y cencerros
alborotados.
El cementerio de este pueblo era como un corral para dos toros, los hoyos en piedra viva y de escasa
profundidad. El maestro nos contó: "Este año pasado enterraron al tío Nicolás, el viejo más robusto del
pueblo. No cupo todo el volumen de su cuerpo en el hoyo y se echó poca tierra encima. A los tantos días
mientras jugaban los zagales, se les cayó al cementerio la pelota, entró uno por ella y salió con las
narices apretadas escupiendo y diciendo: "¡Cómo huele el tío Nicolás, señor maestro!"."
El osario es un rincón de la plaza: allí están acumulados los huesos, y las calaveras del pueblo que va
pasando. Advertí en esto la indiferencia con que tratan en aquel lugar la vida y la muerte.
Otro suceso: en el último pueblo hicimos la segunda misión en pleno campo, proyectando el cine contra el
muro de la iglesia. Era cosa de ver los labradores sentados sobre arados y carretas volcadas, la cigüeña
de la torre asustada, los candiles con que alumbrarnos en la vara levantada de un carro, las estrellas
temblando de frío por mí, y yo envuelto en mi capa parda de un labrador.
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