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Que cara de herido pongo
cuando te veo y me miro
por la ribera del hombro.
Enterrado me veo,
crucificado
en la cruz y en el hoyo
del desengaño:
qué mala luna
me ha empujado a quererte
como a ninguna.
Pongo cara de herido
cuando respiras
y de muerto que sufre
cuando me miras.
Tú has conseguido
tenerme a cada instante
muerto y herido.
Cuando respiras me hieres,
cuando me miras me matas,
tus cejas son dos cuchillos
negros, tus negras pestañas.
Por la voz de la herida
que tú me has hecho
habla desembocando
todo mi pecho.
Es mi persona
una torre de heridas
que se desploma.
Que me aconseje el mar
lo que tengo que hacer:
si matar, si querer.
El último y el primero:
rincón para el sol más grande,
sepultura de esta vida
donde tus ojos no caben.
Allí quisiera tenderme
para desenamorarme.
Por el olivo lo quiero,
lo persigo por la calle,
se sume por los rincones
donde se sumen los árboles.
Se ahonda y hace más honda
la intensidad de mi sangre.
Los olivos moribundos
florecen en todo el aire
y los muchachos se quedan
cercanos y agonizantes.
Carne de mi movimiento,
huesos de ritmos mortales:
me muero por respirar
sobre vuestros ademanes.
Corazón que entre dos piedras
ansiosas de machacarte,
de tanto querer te ahogas
como un mar entre dos mares.
De tanto querer me ahogo,
y no me es posible ahogarme.
Beso que viene rodando
desde el principio del mundo
a mi boca por tus labios.
Beso que va a un porvenir,
boca como un doble astro
que entre los astros palpita
por tantos besos parados,
por tantas bocas cerradas
sin un beso solitario.
¿Qué hice para que pusieran
a mi vida tanta cárcel?
Tu pelo donde lo negro
ha sufrido las edades
de la negrura más firme,
y la más emocionante:
tu secular pelo negro
recorro hasta remontarme
a la negrura primera
de tus ojos y tus padres,
al rincón de pelo denso
donde relampagueaste.
Como un rincón solitario
allí el hombre brota y arde.
Ay, el rincón de tu vientre;
el callejón de tu carne:
el callejón sin salida
donde agonicé una tarde.
La pólvora y el amor
marchan sobre las ciudades
deslumbrando, removiendo
la población de la sangre.
El naranjo sabe a vida
y el olivo a tiempo sabe.
Y entre el clamor de los dos
mis pasiones se debaten.
El último y el primero:
rincón donde algún cadáver
siente el arrullo del mundo
de los amorosos cauces.
Siesta que ha entenebrecido
el sol de las humedades.
Allí quisiera tenderme
para desenamorarme.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, nadie.
Es la casa un palomar
y la cama un jazminero.
Las puertas de par en par
y en el fondo el mundo entero.
El hijo, tu corazón
madre que se ha engrandecido.
Dentro de la habitación
todo lo que ha florecido.
El hijo te hace un jardín,
y tú has hecho al hijo, esposa,
la habitación del jazmín,
el palomar de la rosa.
Alrededor de tu piel
ato y desato la mía.
Un mediodía de miel
rezumas: un mediodía
¿Quién en esta casa entró
y la apartó del desierto?
Para que me acuerde yo,
alguien que soy yo y ha muerto.
Viene la luz más redonda
a los almendros más blancos.
La vida, la luz se ahonda
entre muertos y barrancos.
Venturoso es el futuro,
como aquellos horizontes
de pórfido y mármol puro
donde respiran los montes.
Arde la casa encendida
de besos y sombra amante.
No puede pasar la vida
más honda y emocionante.
Desbordadamente sorda
la leche alumbra tus huesos.
Y la casa se desborda
con ella, el hijo y los besos.
Tú, tu vientre caudaloso,
el hijo y el palomar.
Esposa, sobre tu esposo
suenan los pasos del mar.
El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.
Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.
Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.
Rueda que irás muy lejos.
Ala que irás muy alto.
Torre del día, niño.
Alborear del pájaro.
Niño: ala, rueda, torre.
Pie. Pluma. Espuma. Rayo.
Ser como nunca ser.
Nunca serás en tanto.
Eres mañana. Ven
con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El universo eres
que guía esperanzado.
Pasión del movimiento,
la tierra es tu caballo.
Cabálgala. Domínala.
Y brotará en su casco
su piel de vida y muerte,
de sombra y luz, piafando.
Asciende. Rueda. Vuela,
creador de alba y mayo.
Galopa. Ven. Y colma
el fondo de mis brazos.
Con dos años, dos flores
cumples ahora.
Dos alondras llenando
toda tu aurora.
Niño radiante:
va mi sangre contigo
siempre adelante.
Sangre mía, adelante,
no retrocedas.
La luz rueda en el mundo,
mientras tú ruedas.
Todo te mueve,
universo de un cuerpo
dorado y leve.
Herramienta es tu risa
luz que proclama
la victoria del trigo
sobre la grama.
Ríe. Contigo
venceré siempre al tiempo
que es mi enemigo.
Arena del desierto
soy: desierto de sed.
Oasis es tu boca
donde no he de beber.
Boca: oasis abierto
a todas las arenas del desierto.
Húmedo punto en medio
de un mundo abrasador,
el de tu cuerpo, el tuyo,
que nunca es de los dos.
Cuerpo: pozo cerrado
a quien la sed y el sol han calcinado.
Conozco bien los caminos
conozco los caminantes
del mar, del fuego, del sueño,
de la tierra, de los aires.
Y te conozco a ti
que estás dentro de mi sangre.
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