Poemas sueltos, I
Perito en lunas
Poemas sueltos, II
El silbo vulnerado
Imagen de tu huella
El rayo que no cesa
Poemas sueltos, III
Viento del pueblo
Poemas sueltos, IV
El hombre acecha
Cancionero y romancero de ausencias
Poemas sueltos, V
Poemas últimos




      VIENTO DEL PUEBLO
        (1936-1937)

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        [1]


      ELEGÍA PRIMERA

        A Federico García Lorca, poeta.

    Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
    y en traje de cañón, las parameras
    donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
    y llueve sal, y esparce calaveras.

    Verdura de las eras,
    ¿qué tiempo prevalece la alegría?
    El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
    y hace brotar la sombra más sombría.

    El dolor y su manto
    vienen una vez más a nuestro encuentro.
    Y una vez más al callejón del llanto
    lluviosamente entro.

    Siempre me veo dentro
    de esta sombra de acíbar revocada,
    amasada con ojos y bordones,
    que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
    y un rabioso collar de corazones.

    Llorar dentro de un pozo,
    en la misma raíz desconsolada
    del agua, del sollozo,
    del corazón quisiera:
    donde nadie me viera la voz ni la mirada,
    ni restos de mis lágrimas me viera.

    Entro despacio, se me cae la frente
    despacio, el corazón se me desgarra
    despacio, y despaciosa y negramente
    vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

    Entre todos los muertos de elegía,
    sin olvidar el eco de ninguno,
    por haber resonado más en el alma mía,
    la mano de mi llanto escoge uno.

    Federico García
    hasta ayer se llamó: polvo se llama.
    Ayer tuvo un espacio bajo el día
    que hoy el hoyo le da bajo la grama.

    ¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
    Tu agitada alegría,
    que agitaba columnas y alfileres,
    de tus dientes arrancas y sacudes,
    y ya te pones triste, y sólo quieres
    ya el paraíso de los ataúdes.

    Vestido de esqueleto,
    durmiéndote de plomo,
    de indiferencia armado y de respeto,
    te veo entre tus cejas si me asomo.

    Se ha llevado tu vida de palomo,
    que ceñía de espuma
    y de arrullos el cielo y las ventanas,
    como un raudal de pluma
    el viento que se lleva las semanas.

    Primo de las manzanas,
    no podrá con tu savia la carcoma,
    no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
    y para dar salud fiera a su poma
    elegirá tus huesos el manzano.

    Cegado el manantial de tu saliva,
    hijo de la paloma,
    nieto del ruiseñor y de la oliva:
    serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
    esposo siempre de la siempreviva,
    estiércol padre de la madreselva.

    ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
    pero qué injustamente arrebatada!
    No sabe andar despacio, y acuchilla
    cuando menos se espera su turbia cuchillada.

    Tú, el más firme edificio, destruido,
    tú, el gavilán más alto, desplomado,
    tú, el más grande rugido,
    callado, y más callado, y más callado.

    Caiga tu alegre sangre de granado,
    como un derrumbamiento de martillos feroces,
    sobre quien te detuvo mortalmente.
    Salivazos y hoces
    caigan sobre la mancha de su frente.

    Muere un poeta y la creación se siente
    herida y moribunda en las entrañas.
    Un cósmico temblor de escalofríos
    mueve temiblemente las montañas,
    un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

    Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
    veo un bosque de ojos nunca enjutos,
    avenidas de lágrimas y mantos:
    y en torbellinos de hojas y de vientos,
    lutos tras otros lutos y otros lutos,
    llantos tras otros llantos y otros llantos.

    No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
    volcán de arrope, trueno de panales,
    poeta entretejido, dulce, amargo,
    que el calor de los besos
    sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
    largo amor, muerte larga, fuego largo.

    Por hacer a tu muerte compañía,
    vienen poblando todos los rincones
    del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
    relámpagos de azules vibraciones.
    Crótalos granizados a montones,
    batallones de flautas, panderos y gitanos,
    ráfagas de abejorros y violines,
    tormentas de guitarras y pianos,
    irrupciones de trompas y clarines.

    Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

    Silencioso, desierto, polvoriento
    que la muerte desierta,
    parece que tu lengua, que tu aliento,
    los ha cerrado el golpe de una puerta.

    Como si paseara con tu sombra,
    paseo con la mía
    por una tierra que el silencio alfombra,
    que el ciprés apetece más sombría.

    Rodea mi garganta tu agonía
    como un hierro de horca
    y pruebo una bebida funeraria.
    Tú sabes, Federico García Lorca,
    que soy de los que gozan una muerte diaria.


        [2]


    SENTADO SOBRE LOS MUERTOS

    Sentado sobre los muertos
    que se han callado en dos meses,
    beso zapatos vacíos
    y empuño rabiosamente
    la mano del corazón
    y el alma que lo mantiene.

    Que mi voz suba a los montes
    y baje a la tierra y truene,
    eso pide mi garganta
    desde ahora y desde siempre.

    Acércate a mi clamor,
    pueblo de mi misma leche,
    árbol que con tus raíces
    encarcelado me tienes,
    que aquí estoy yo para amarte
    y estoy para defenderte
    con la sangre y con la boca
    como dos fusiles fieles.

    Si yo salí de la tierra,
    si yo he nacido de un vientre
    desdichado y con pobreza,
    no fue sino para hacerme
    ruiseñor de las desdichas,
    eco de la mala suerte,
    y cantar y repetir
    a quien escucharme debe
    cuanto a penas, cuanto a pobres,
    cuanto a tierra se refiere.

    Ayer amaneció el pueblo
    desnudo y sin qué ponerse,
    hambriento y sin qué comer,
    el día de hoy amanece
    justamente aborrascado
    y sangriento justamente.
    En su mano los fusiles
    leones quieren volverse
    para acabar con las fieras
    que lo han sido tantas veces.

    Aunque le falten las armas,
    pueblo de cien mil poderes,
    no desfallezcan tus huesos,
    castiga a quien te malhiere
    mientras que te queden puños,
    uñas, saliva, y te queden
    corazón, entrañas, tripas,
    cosas de varón y dientes.
    Bravo como el viento bravo,
    leve como el aire leve,
    asesina al que asesina,
    aborrece al que aborrece
    la paz de tu corazón
    y el vientre de tus mujeres.
    No te hieran por la espalda,
    vive cara a cara y muere
    con el pecho ante las balas,
    ancho como las paredes.

    Canto con la voz de luto,
    pueblo de mí, por tus héroes:
    tus ansias como las mías,
    tus desventuras que tienen
    del mismo metal el llanto,
    las penas del mismo temple,
    y de la misma madera
    tu pensamiento y mi frente,
    tu corazón y mi sangre,
    tu dolor y mis laureles.
    Antemuro de la nada
    esta vida me parece.

    Aquí estoy para vivir
    mientras el alma me suene,
    y aquí estoy para morir,
    cuando la hora me llegue,
    en los veneros del pueblo
    desde ahora y desde siempre.
    Varios tragos es la vida
    y un solo trago es la muerte.


        [3]


    VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN

    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.

    No soy de un pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.
    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habéis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.
    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra:
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.


        [4]


      EL NIO YUNTERO

    Carne de yugo, ha nacido
    más humillado que bello,
    con el cuello perseguido
    por el yugo para el cuello.

    Nace, como la herramienta,
    a los golpes destinado,
    de una tierra descontenta
    y un insatisfecho arado.

    Entre estiércol puro y vivo
    de vacas, trae a la vida
    un alma color de olivo
    vieja ya y encallecida.

    Empieza a vivir, y empieza
    a morir de punta a punta
    levantando la corteza
    de su madre con la yunta.

    Empieza a sentir, y siente
    la vida como una guerra,
    y a dar fatigosamente
    en los huesos de la tierra.

    Contar sus años no sabe,
    y ya sabe que el sudor
    es una corona grave
    de sal para el labrador.

    Trabaja, y mientras trabaja
    masculinamente serio,
    se unge de lluvia y se alhaja
    de carne de cementerio.

    A fuerza de golpes, fuerte,
    y a fuerza de sol, bruñido,
    con una ambición de muerte
    despedaza un pan reñido.

    Cada nuevo día es
    más raíz, menos criatura,
    que escucha bajo sus pies
    la voz de la sepultura.

    Y como raíz se hunde
    en la tierra lentamente
    para que la tierra inunde
    de paz y panes su frente.

    Me duele este niño hambriento
    como una grandiosa espina,
    y su vivir ceniciento
    revuelve mi alma de encina.

    Lo veo arar los rastrojos,
    y devorar un mendrugo,
    y declarar con los ojos
    que por qué es carne de yugo.

    Me da su arado en el pecho,
    y su vida en la garganta,
    y sufro viendo el barbecho
    tan grande bajo su planta.

    ¿Quién salvará este chiquillo
    menor que un grano de avena?
    ¿De dónde saldrá el martillo
    verdugo de esta cadena?

    Que salga del corazón
    de los hombre jornaleros,
    que antes de ser hombres son
    y han sido niños yunteros.


        [5]


      LOS COBARDES

    Hombres veo que de hombres
    sólo tienen, sólo gastan
    el parecer y el cigarro,
    el pantalón y la barba.

    En el corazón son liebres,
    gallinas en las entrañas,
    galgos de rápido vientre,
    que en épocas de paz ladran
    y en épocas de cañones
    desaparecen del mapa.

    Estos hombres, estas liebres,
    comisarios de la alarma,
    cuando escuchan a cien leguas
    el estruendo de las balas,
    con singular heroísmo
    a la carrera se lanzan,
    se les alborota el ano,
    el pelo se les espanta.
    Valientemente se esconden,
    gallardamente se escapan
    del campo de los peligros
    estas fugitivas cacas,
    que me duelen hace tiempo
    en los cojones del alma.

    ¿Dónde iréis que no vayáis
    a la muerte, liebres pálidas,
    podencos de poca fe
    y de demasiadas patas?
    ¿No os avergenza mirar
    en tanto lugar de España
    a tanta mujer serena
    bajo tantas amenazas?
    Un tiro por cada diente
    vuestra existencia reclama,
    cobardes de piel cobarde
    y de corazón de caña.
    Tembláis como poseídos
    de todo un siglo de escarcha
    y vais del sol a la sombra
    llenos de desconfianza.
    Halláis los sótanos poco
    defendidos por las casas.
    Vuestro miedo exige al mundo
    batallones de murallas,
    barreras de plomo a orillas
    de precipicios y zanjas
    para vuestra pobre vida,
    mezquina de sangre y ansias.
    No os basta estar defendidos
    por lluvias de sangre hidalga,
    que no cesa de caer,
    generosamente cálida,
    un día tras otro día
    a la gleba castellana.
    No sentís el llamamiento
    de las vidas derramadas.
    Para salvar vuestra piel
    las madrigueras no os bastan,
    no os bastan los agujeros,
    ni los retretes, ni nada.
    Huis y huis, dando al pueblo,
    mientras bebéis la distancia,
    motivos para mataros
    por las corridas espaldas.

    Solos se quedan los hombres
    al calor de las batallas,
    y vosotros, lejos de ellas,
    queréis ocultar la infamia,
    pero el color de cobardes
    no se os irá de la cara.

    Ocupad los tristes puestos
    de la triste telaraña.
    Sustituid a la escoba,
    y barred con vuestras nalgas
    la mierda que vais dejando
    donde colocáis la planta.


        [6]


      ELEGÍA SEGUNDA

        A Pablo de la Torriente, comisario político

    "Me quedaré en España, compañero",
    me dijiste con gesto enamorado.
    Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero
    en la hierba de España te has quedado.

    Nadie llora a tu lado:
    desde el soldado al duro comandante,
    todos te ven, te cercan y te atienden
    con ojos de granito amenazante,
    con cejas incendiadas que todo el cielo encienden.

    Valentín el volcán, que si llora algún día
    será con unas lágrimas de hierro,
    se viste emocionado de alegría
    para robustecer el río de tu entierro.

    Como el yunque que pierde su martillo,
    Manuel Moral se calla
    colérico y sencillo.

    Y hay muchos capitanes y muchos comisarios
    quitándote pedazos de metralla,
    poniéndote trofeos funerarios.

    Ya no hablarás de vivos y de muertos,
    ya disfrutas la muerte del héroe, ya la vida
    que no te verá en las calles ni en los puertos
    pasar como una ráfaga garrida.

    Pablo de la Torriente,
    has quedado en España
    y en mi alma caído:
    nunca se pondrá el sol sobre tu frente,
    heredará tu altura la montaña
    y tu valor el toro del bramido.

    De una forma vestida de preclara
    has perdido las plumas y los besos,
    con el sol español puesto en la cara
    y el de Cuba en los huesos.

    Pasad ante el cubano generoso,
    hombres de su Brigada,
    con el fusil furioso,
    las botas iracundas y la mano crispada.

    Miradlo sonriendo a los terrones
    y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos
    a nuestros más floridos batallones
    y a sus varones como rayos rudos.

    Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
    No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
    porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan
    aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.


        [7]


      NUESTRA JUVENTUD NO MUERE

    Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
    están los hombres de resuelto pecho
    sobre las más gloriosas sepulturas:
    las eras de las hierbas y los panes,
    el frondoso barbecho,
    las trincheras oscuras.

    Siempre serán famosas
    estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
    que hacen vibrar las dilatadas fosas
    con su vigor que se decide en rayos.

    Han muerto como mueren los leones:
    peleando y rugiendo,
    espumosa la boca de canciones,
    de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.

    Héroes a borbotones,
    no han conocido el rostro a la derrota,
    y victoriosamente sonriendo
    se han desplomado en la besana umbría,
    sobre el cimiento errante de la bota
    y el firmamento de la gallardía.

    Una gota de pura valentía
    vale más que un océano cobarde.

    Bajo el gran resplandor de un mediodía
    sin mañana y sin tarde,
    unos caballos que parecen claros,
    aunque son tenebrosos y funestos,
    se llevan a estos hombres vestidos de disparos
    a sus inacabables y entretejidos puestos.

    No hay nada negro en estas muertes claras.
    Pasiones y tambores detengan los sollozos.
    Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
    la juventud verdea para siempre en sus bozos.


        [8]


    LLAMO A LA JUVENTUD

    Los quince y los dieciocho,
    los dieciocho y los veinte...
    Me voy a cumplir los años
    al fuego que me requiere,
    y si resuena mi hora
    antes de los doce meses,
    los cumpliré bajo tierra.
    Yo trato que de mí queden
    una memoria de sol
    y un sonido de valiente.

    Si cada boca de España,
    de su juventud, pusiese
    estas palabras, mordiéndolas,
    en lo mejor de sus dientes:
    si la juventud de España,
    de un impulso solo y verde,
    alzara su gallardía,
    sus músculos extendiese
    contra los desenfrenados
    que apropiarse España quieren,
    sería el mar arrojando
    a la arena muda siempre
    varios caballos de estiércol
    de sus pueblos transparentes,
    con un brazo inacabable
    de perpetua espuma fuerte.

    Si el Cid volviera a clavar
    aquellos huesos que aún hieren
    el polvo y el pensamiento,
    aquel cerro de su frente,
    aquel trueno de su alma
    y aquella espada indeleble,
    sin rival, sobre su sombra
    de entrelazados laureles:
    al mirar lo que de España
    los alemanes pretenden,
    los italianos procuran,
    los moros, los portugueses,
    que han grabado en nuestro cielo
    constelaciones crueles
    de crímenes empapados
    en una sangre inocente,
    subiera en su airado potro
    y en su cólera celeste
    a derribar trimotores
    como quien derriba mieses.

    Bajo una zarpa de lluvia,
    y un racimo de relente,
    y un ejército de sol,
    campan los cuerpos rebeldes
    de los españoles dignos
    que al yugo no se someten,
    y la claridad los sigue,
    y los robles los refieren.
    Entre graves camilleros
    hay heridos que se mueren
    con el rostro rodeado
    de tan diáfanos ponientes,
    que son auroras sembradas
    alrededor de sus sienes.
    Parecen plata dormida
    y oro en reposo parecen.

    Llegaron a las trincheras
    y dijeron firmemente:
    ¡Aquí echaremos raíces
    antes que nadie nos eche!

    Y la muerte se sintió
    orgullosa de tenerles.

    Pero en los negros rincones,
    en los más negros, se tienden
    a llorar por los caídos
    madres que les dieron leche,
    hermanas que los lavaron,
    novias que han sido de nieve
    y que se han vuelto de luto
    y que se han vuelto de fiebre;
    desconcertadas viudas,
    desparramadas mujeres,
    cartas y fotografías
    que los expresan fielmente,
    donde los ojos se rompen
    de tanto ver y no verles,
    de tanta lágrima muda,
    de tanta hermosura ausente.

    Juventud solar de España:
    que pase el tiempo y se quede
    con un murmullo de huesos
    heroicos en su corriente.
    Echa tus huesos al campo,
    echar las fuerzas que tienes
    a las cordilleras foscas
    y al olivo del aceite.
    Reluce por los collados,
    y apaga la mala gente,
    y atrévete con el plomo,
    y el hombro y la pierna extiende.

    Sangre que no se desborda,
    juventud que no se atreve,
    ni es sangre, ni es juventud,
    ni relucen, ni florecen.
    Cuerpos que nacen vencidos,
    vencidos y grises mueren:
    vienen con la edad de un siglo,
    y son viejos cuando vienen.

    La juventud siempre empuja
    la juventud siempre vence,
    y la salvación de España
    de su juventud depende.

    La muerte junto al fusil,
    antes que se nos destierre,
    antes que se nos escupa,
    antes que se nos afrente
    y antes que entre las cenizas
    que de nuestro pueblo queden,
    arrastrados sin remedio
    gritemos amargamente:
    ¡Ay España de mi vida,
    ay España de mi muerte!


        [9]


      RECOGED ESTA VOZ

        I

    Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos
    del mundo y de la nada:
    habitantes perdidos y lejanos
    más que del corazón, de la mirada.

    Aquí tengo una voz enardecida,
    aquí tengo un vida combatida y airada,
    aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.

    Abierto estoy, mirad, como una herida.
    Hundido estoy, mirad, estoy hundido
    en medio de mi pueblo y de sus males.
    Herido voy, herido y malherido,
    sangrando por trincheras y hospitales.

    Hombres, mundos, naciones,
    atended, escuchad mi sangrante sonido,
    recoged mis latidos de quebranto
    en vuestros espaciosos corazones,
    porque yo empuño el alma cuando canto.

    Cantando me defiendo
    y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
    su herradura de pólvora y estruendo
    los bárbaros del crimen.

    Esta es su obra, esta:
    pasan, arrasan como torbellinos,
    y son ante su cólera funesta
    armas los horizontes y muerte los caminos.

    El llanto que por valles y balcones se vierte,
    en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,
    y no hay espacio para tanta muerte,
    y no hay madera para tanta caja.

    Caravanas de cuerpos abatidos.
    Todo vendajes, penas y pañuelos:
    todo camillas donde a los heridos
    se les quiebran las fuerzas y los vuelos.

    Sangre, sangre por árboles y suelos,
    sangre por aguas, sangre por paredes.
    y un temor de que España se desplome
    del peso de la sangre que moja entre sus redes
    hasta el pan que se come.

    Recoged este viento,
    naciones, hombres, mundos,
    que parte de las bocas de conmovido aliento
    y de los hospitales moribundos.

    Aplicad las orejas
    a mi clamor de pueblo atropellado,
    al ¡ay! de tantas madres, a las quejas
    de tanto ser luciente que el luto ha devorado.

    Los pechos que empujaban y herían las montañas,
    vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,
    y ved las blancas novias y las negras pestañas
    caídas y sumidas en una siesta oscura.

    Aplicad la pasión de las entrañas
    a este pueblo que muere con un gesto invencible
    sembrado por los labios y la frente,
    bajo los implacables aeroplanos
    que arrebatan terrible,
    terrible, ignominiosa, diariamente,
    a las madres los hijos de las manos.

    Ciudades de trabajo y de inocencia,
    juventudes que brotan de la encina,
    troncos de bronce, cuerpos de potencia
    yacen precipitados en la ruina.

    Un porvenir de polvo se avecina,
    se avecina un suceso
    en que no quedará ninguna cosa:
    ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.

    España no es España, que es una inmensa fosa,
    que es un gran cementerio rojo y bombardeado:
    los bárbaros la quieren de este modo.

    Será la tierra un denso corazón desolado,
    si vosotros, naciones, hombres, mundos,
    con mi pueblo del todo
    y vuestro pueblo encima del costado,
    no quebráis los colmillos iracundos.


        II

    Pero no lo será: que un mar piafante,
    triunfante siempre, siempre decidido,
    hecho para la luz, para la hazaña,
    agita su cabeza de rebelde diamante,
    bate su pie calzado en el sonido
    por todos los cadáveres de España.

    Es una juventud: recoged este viento.
    Su sangre es el cristal que no se empaña,
    su sombrero el laurel y su pedernal su aliento.

    Donde clava la fuerza de sus dientes
    brota un volcán de diáfanas espadas,
    y sus hombros batientes,
    y sus talones guían llamaradas.

    Está compuesta de hombres del trabajo:
    de herreros rojos, de albos albañiles,
    de yunteros con rostro de cosechas.
    Oceánicamente transcurren por debajo
    de un fragor de sirenas y herramientas fabriles
    y de gigantes arcos alumbrados con flechas.

    A pesar de la muerte, estos varones
    con metal y relámpagos igual que los escudos,
    hacen retroceder a los cañones
    acobardados, temblorosos, mudos.

    El polvo no los puede y hacen del polvo fuego,
    savia, explosión, verdura repentina:
    con su poder de abril apasionado
    precipitan el alma del espliego,
    el parto de la mina,
    el fértil movimiento del arado.

    Ellos harán de cada ruina un prado,
    de cada pena un fruto de alegría,
    de España un firmamento de hermosura.
    Vedlos agigantar el mediodía
    y hermosearlo todo con su joven bravura.

    Se merecen la espuma de los truenos,
    se merecen la vida y el olor del olivo,
    los españoles amplios y serenos
    que mueven la mirada como un pájaro altivo.

    Naciones, hombres, mundos, esto escribo:
    la juventud de España saldrá de las trincheras
    de pie, invencible como la semilla,
    pues tiene un alma llena de banderas
    que jamás se somete ni arrodilla.

    Allá van por los yermos de Castilla
    los cuerpos que parecen potros batalladores,
    toros de victorioso desenlace,
    diciéndose en su sangre de generosas flores
    que morir es la cosa más grande que se hace.

    Quedarán en el tiempo vencedores,
    siempre de sol y majestad cubiertos,
    los guerreros de huesos tan gallardos
    que si son muertos son gallardos muertos:
    la juventud que a España salvará, aunque tuviera
    que combatir con un fusil de nardos
    y una espada de cera.


        [10]


      ROSARIO, DINAMITERA

    Rosario, dinamitera,
    sobre tu mano bonita
    celaba la dinamita
    sus atributos de fiera.
    Nadie al mirarla creyera
    que había en su corazón
    una desesperación,
    de cristales, de metralla
    ansiosa de una batalla,
    sedienta de una explosión.

    Era tu mano derecha,
    capaz de fundir leones,
    la flor de las municiones
    y el anhelo de la mecha.
    Rosario, buena cosecha,
    alta como un campanario
    sembrabas al adversario
    de dinamita furiosa
    y era tu mano una rosa
    enfurecida, Rosario.

    Buitrago ha sido testigo
    de la condición de rayo
    de las hazañas que callo
    y de la mano que digo.
    ¡Bien conoció el enemigo
    la mano de esta doncella,
    que hoy no es mano porque de ella,
    que ni un solo dedo agita,
    se prendó la dinamita
    y la convirtió en estrella!

    Rosario, dinamitera,
    puedes ser varón y eres
    la nata de las mujeres,
    la espuma de la trinchera.
    Digna como una bandera
    de triunfos y resplandores,
    dinamiteros pastores,
    vedla agitando su aliento
    y dad las bombas al viento
    del alma de los traidores.


        [11]


      JORNALEROS

    Jornaleros que habéis cobrado en plomo
    sufrimientos, trabajos y dineros.
    Cuerpos de sometido y alto lomo:
    jornaleros.

    Españoles que España habéis ganado
    labrándola entre lluvias y entre soles.
    Rabadanes del hambre y el arado:
    españoles.

    Esta España que, nunca satisfecha
    de malograr la flor de la cizaña,
    de una cosecha pasa a otra cosecha:
    esta España.

    Poderoso homenaje a las encinas,
    homenaje del toro y el coloso,
    homenaje de páramos y minas
    poderoso.

    Esta España que habéis amamantado
    con sudores y empujes de montaña,
    codician los que nunca han cultivado
    esta España.

    ¿Dejaremos llevar cobardemente
    riquezas que han forjado nuestros remos?
    ¿Campos que ha humedecido nuestra frente
    dejaremos?

    Adelanta, español, una tormenta
    de martillos y hoces: ruge y canta.
    Tu porvenir, tu orgullo, tu herramienta
    adelanta.

    Los verdugos, ejemplo de tiranos,
    Hitler y Mussolini labran yugos.
    Sumid en un retrete de gusanos
    los verdugos.

    Ellos, ellos nos traen una cadena
    de cárceles, miserias y atropellos.
    ¿Quién España destruye y desordena?
    ¡Ellos!¡Ellos!

    Fuera, fuera, ladrones de naciones,
    guardianes de la cúpula banquera,
    cluecas del capital y sus doblones:
    ¡fuera, fuera!

    Arrojados seréis como basura
    de todas partes y de todos lados.
    No habrá para vosotros sepultura,
    arrojados.

    La saliva será vuestra mortaja,
    vuestro final la bota vengativa,
    y sólo os dará sombra, paz y caja
    la saliva.

    Jornaleros: España, loma a loma,
    es de gañanes, pobres y braceros.
    ¡No permitáis que el rico se la coma,
    jornaleros!


        [12]


    AL SOLDADO INTERNACIONAL CAÍDO EN ESPAA

    Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,
    una esparcida frente de mundiales cabellos,
    cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,
    con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos.

    Las patrias te llamaron con todas sus banderas,
    que tu aliento llenara de movimientos bellos.
    Quisiste apaciguar la sed de las panteras,
    y flameaste henchido contra sus atropellos.

    Con un sabor a todos los soles y los mares,
    España te recoge porque en ella realices
    tu majestad de árbol que abarca un continente.

    A través de tus huesos irán los olivares
    desplegando en la tierra sus más férreas raíces,
    abrazando a los hombres universal, fielmente.


        [13]


      ACEITUNEROS

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    decidme en el alma: ¿quién,
    quién levantó los olivos?

    No los levantó la nada,
    ni el dinero, ni el señor,
    sino la tierra callada,
    el trabajo y el sudor.

    Unidos al agua pura
    y a los planetas unidos,
    los tres dieron la hermosura
    de los troncos retorcidos.

    Levántate, olivo cano,
    dijeron al pie del viento.
    Y el olivo alzó una mano
    poderosa de cimiento.

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    decidme en el alma, ¿quién
    amamantó los olivos?

    Vuestra sangre, vuestra vida,
    no la del explotador
    que se enriqueció en la herida
    generosa de sudor.

    No la del terrateniente
    que os sepultó en la pobreza,
    que os pisoteó la frente,
    que os redujo la cabeza.

    Árboles que vuestro afán
    consagró al centro del día
    eran principio de un pan
    que sólo el otro comía.

    ¡Cuántos siglos de aceituna,
    los pies y las manos presos,
    sol a sol y luna a luna,
    pesan sobre vuestros huesos!

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    pregunta mi alma: ¿de quién,
    de quién son estos olivos?

    Jaén, levántate brava
    sobre tus piedras lunares,
    no vayas a ser esclava
    con todos tus olivares.

    Dentro de la claridad
    del aceite y sus aromas,
    indican tu libertad
    la libertad de las lomas.


        [14]


      VISIÓN DE SEVILLA

    ¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,
    amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,
    que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?

    Dolor a rienda suelta:
    la ciudad de cristal se empaña, cruje.
    Un tormentoso toro da una vuelta
    al horizonte y al silencio, y muge.

    Detrás del toro, al borde de su ruina,
    la ciudad que viviera
    bajo una cabellera de mujer soleada,
    sobre una perfumada cabellera,
    la ciudad cristalina
    yace pisoteada.

    Una bota terrible de alemanes poblada
    hunde su marca en el jazmín ligero,
    pesa sobre el naranjo aleteante:
    y pesa y hunde su talón grosero
    un general de vino desgarrado,
    de lengua pegajosa y vacilante,
    de bigotes de alambre groseramente astado.

    Mirad, oíd: mordiscos en las rejas,
    cepos contra las manos,
    horrores reluciendo por las cejas,
    luto en las azoteas, muerte en los sevillanos.

    Cólera contenida por los gestos,
    carne despedazada ante la soga,
    y lágrimas ocultas en los tiestos,
    en las roncas guitarras donde un pueblo se ahoga.

    Un clamor de oprimidos,
    de huesos que exaspera la cadena,
    de tendones talados, demolidos
    por un cuchillo siervo de una hiena.

    Se nubló la azucena,
    la airosa maravilla:
    patíbulos y cárceles degellan los gemidos,
    la juventud, el aire de Sevilla.

    Amordazado el ruiseñor, desierto
    el arrayán, el día deshonrado,
    tembloroso el cancel, el patio muerto
    y el surtidos, en medio, degollado.

    ¿Qué son las sevillanas
    de claridad radiante y penumbrosa?
    Mantillas mustias, mustias porcelanas
    violadas a la orilla de la fosa.

    Con angustia y claveles oprime sus ventanas
    la población de abril. La cal se altera
    eclipsada con rojo zumo humano.

    Guadalquivir, Guadalquivir, espera:
    ¡no te lleves a tanto sevillano!


        [15]


      CENICIENTO MUSSOLINI

    Ven a Guadalajara, dictador de cadenas,
    carcelaria mandíbula de canto:
    verás la retiradas miedosa de tu hienas,
    verás el apogeo del espanto.

    Rumorosa provincia de colmenas,
    la patria del panal estremecido,
    la dulce Alcarria, amarga como el llanto,
    amarga te ha sabido.

    Ven y verás, mortífero bandido,
    ruedas de tus cañones,
    banderas de tu ejército, carne de tus soldados,
    huesos de tus legiones,
    trajes y corazones destrozados.

    Una extensión de muertos humeantes:
    muertos que humean ante la colina,
    muertos bajo la nieve,
    muertos sobre los páramos gigantes,
    muertos junto a la encina,
    muertos dentro del agua que les llueve.

    Sangre que no se mueve
    de convertida en hielo.
    Vuela sin pluma un ala numerosa,
    rojo y audaz, que abarca todo el cielo
    y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

    Un titánico vuelo
    de aeroplanos de España
    te vence, te tritura,
    ansiosa telaraña,
    con su majestuosa dentadura.

    Ven y verás sobre la gleba oscura
    alzarse como un fósforo glorioso,
    sobreponerse al hambre, levantarse del barro,
    desprenderse del barro con emoción y brío
    vívidas esculturas sin reposo,
    españoles del bronce más bizarro,
    con el cabello blanco de rocío.

    Los verás rebelarse contra el frío,
    de no beber la boca dilatada,
    mas vencida la sed con la sonrisa:
    de no dormir extensa la mirada,
    y destrozada a tiros la camisa.

    Manda plomo y acero
    en grandes emisiones combativas,
    con esa voluntad de carnicero
    digna de que la entierren las más sucias salivas.

    Agota las riquezas italianas,
    la cantidad preciosa de sus seres,
    deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas,
    desiertos sus arados y mudos sus talleres.

    Enviuda y desangra sus mujeres:
    nada podrás contra este pueblo mío,
    tan sólido y tan alto de cabeza,
    que hasta sobre la muerte mueve su poderío,
    que hasta del junco saca fortaleza.

    Pueblo de Italia, un hombre te destroza:
    repudia su dictamen con un gesto infinito.
    Sangre unánime viertes que ni roza,
    ni da en su corazón de teatro y granito.
    Tus muertos callan clamorosamente
    y te indican nu grito
    liberador, valiente.

    Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente
    de tu pueblo y de miles.
    Ya tus mismos cañones van contra tus soldados,
    y alargan hacia ti su hierro los fusiles
    que contra España tienes vomitados.

    Tus muertos a escupirnos se levanten:
    a escupirnos el alma se levanten los nuestros
    de no lograr que nuestros vivos canten
    la destrucción de tantos eslabones siniestros.
    Dos especies de manos se enfrentan en la vida,


        [16]


        LAS MANOS

    brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
    saltan, y desembocan sobre la luz herida
    a golpes, a zarpazos.

    La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
    y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
    Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
    hombres de mi simiente.

    Ante la aurora veo surgir las manos puras
    de los trabajadores terrestres y marinos,
    como una primavera de alegres dentaduras,
    de dedos matutinos.

    Endurecidamente pobladas de sudores,
    retumbantes las venas desde las uñas rotas,
    constelan los espacios de andamios y clamores,
    relámpagos y gotas.

    Conducen herrerías, azadas y telares,
    muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
    y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
    fábricas, pueblos, minas.

    Estas sonoras manos oscuras y lucientes
    las reviste una piel de invencible corteza,
    y son inagotables y generosas fuentes
    de vida y de riqueza.

    Como si con los astros el polvo peleara,
    como si los planetas lucharan con gusanos,
    la especie de las manos trabajadora y clara
    lucha con otras manos.

    Feroces y reunidas en un bando sangriento,
    avanzan al hundirse los cielos vespertinos
    unas manos de hueso lívido y avariento,
    paisaje de asesinos.

    No han mudado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
    mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
    Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
    y blandas de ocio vagan.

    Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
    que a nadie corresponden sino a quien los labora,
    y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
    caudales de la aurora.

    Orgullo de puñales, arma de bombardeos
    con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
    ejecutoras pálidas de los negros deseos
    que la avaricia empuña.

    ¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
    al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
    Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
    y en el amor se apagan.

    Las laboriosas manos de los trabajadores
    caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
    Y las verán cortadas tantos explotadores
    en sus mismas rodillas.


        [17]


        EL SUDOR

    En el mar halla el agua su paraíso ansiado
    y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.
    El sudor es un árbol desbordante y salado,
    un voraz oleaje.

    Llega desde la edad del mundo más remota
    a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
    a sustentar la sed y la sal gota a gota,
    a iluminar la vida.

    Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
    de la lágrima, deja rodando por las eras,
    del abril al octubre, del invierno al verano,
    aúreas enredaderas.

    Cuando los campesinos van por la madrugada
    a favor de la esteva removiendo el reposo,
    se visten una blusa silenciosa y dorada
    de sudor silencioso.

    Vestidura de oro de los trabajadores,
    adorno de las manos como de las pupilas.
    Por la atmósfera esparce sus fecundos olores
    una lluvia de axilas.

    El sabor de la tierra se enriquece y madura:
    caen los copos del llanto laborioso y oliente,
    maná de los varones y de la agricultura,
    bebida de mi frente.

    Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
    en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,
    no usaréis la corona de los poros abiertos
    ni el poder de los toros.

    Viviréis maloliendo, moriréis apagados:
    la encendida hermosura reside en los talones
    de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados
    como constelaciones.

    Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
    que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
    con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
    venturosos, iguales.


        [18]


    JURAMENTO DE LA ALEGRÍA

    Sobre la roja España blanca y roja,
    blanca y fosforescente,
    una historia de polvo se deshoja,
    irrumpe un sol unánime, batiente.

    Es un pleno de abriles,
    una primaveral caballería,
    que inunda de galopes los perfiles
    de España: es el ejército del sol, de la alegría.

    Desaparece la tristeza, el día
    devorador, el marchitado tallo,
    cuando, avasalladora llamarada,
    galopa la alegría de un caballo
    igual que una bandera desbocada.

    A su paso se paran los relojes,
    las abejas, los niños se alborotan,
    los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,
    saltan las piedras, los lagartos trotan.

    Se hacen las carreteras de diamantes,
    el horizonte los perturban mieses
    y otras visiones relampagueantes,
    y se sienten felices los cipreses.

    Avanza la alegría derrumbando montañas
    y las bocas avanzan como escudos.
    Se levanta la risa, se caen las telarañas
    ante el chorro potente de los dientes desnudos.

    La alegría es un huerto del corazón con mares
    que a los hombres invaden de rugidos,
    que a las mujeres muerden de collares
    y a la piel de relámpagos transidos.

    Alegraos por fin los carcomidos,
    los desplomados bajo la tristeza:
    salid de los vivientes ataúdes,
    sacad de entre las piernas la cabeza,
    caed en la alegría como grandes taludes.

    Alegres animales,
    la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,
    se desposan delante de los hombres contentos.
    Y paren las mujeres lanzando carcajadas,
    desplegando en su carne firmamentos.

    Todo son jubilosos juramentos.
    Cigarras, viñas, gallos incendiados,
    los árboles del Sur: naranjos y nopales,
    higueras y palmeras y granados,
    y encima el mediodía curtiendo cereales.

    Se despedaza el agua en los zarzales:
    las lágrimas no arrasan,
    no duelen las espinas ni las flechas.
    Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan
    con la boca anegada de cosechas.

    Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto
    en una muchedumbre de bocas y de brazos.
    Se ve la muerte como un mueble roto,
    como una blanca silla hecha pedazos.

    Salí del llanto, me encontré en España,
    en una plaza de hombres de fuego imperativo.
    Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña ...
    Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.


        [19]


    PRIMERO DE MAYO DE 1937

    No sé qué sepultada artillería
    dispara desde abajo los claveles,
    ni qué caballería
    cruza tronando y hace que huelan los laureles.

    Sementales corceles,
    toros emocionados,
    como una fundición de bronce y hierro,
    surgen tras una crin de todos lados,
    tras un rendido y pálido cencerro.

    Mayo los animales pone airados:
    la guerra más se aíra,
    y detrás de las armas los arados
    braman, hierven las flores, el sol gira.

    Hasta el cadáver secular delira.

    Los trabajos de mayo:
    escala su cenit la agricultura.

    Aparece la hoz igual que un rayo
    inacabable en una mano oscura.

    A pesar de la guerra delirante,
    no amordazan los picos sus canciones,
    y el rosal da su olor emocionante
    porque el rosal no teme a los cañones.

    Mayo es hoy más colérico y potente:
    lo alimenta la sangre derramada,
    la juventud que convirtió en torrente
    su ejecución de lumbre entrelazada.

    Deseo a España un mayo ejecutivo,
    vestido con la enterna plenitud de la era.
    El primer árbol es su abierto olivo
    y no va a ser su sangre la postrera.

    La España que hoy no se ara, se arará toda entera.


        [20]


        EL INCENDIO

    Europa se ha prendido, se ha incendiado:
    de Rusia a España va, de extremo a extremo,
    el incendio que lleva enarbolado,
    con un furor, un ímpetu supremo.

    Cabalgan sus hogueras,
    trota su lumbre arrolladoramente,
    arroja sus flotantes y cálidas banderas,
    sus victoriosas llamas sobre el triste occidente.

    Purifica, penetra en las ciudades,
    alumbra, sopla, da en los rascacielos,
    empuja las estatuas, muerde, aventa:
    arden inmensidades
    de edificios podridos como leves pañuelos,
    cesa la noche, el día se acrecienta.

    Cruza un gran tormenta
    de aeroplanos y anhelos.
    Se propaga la sombra de Lenin, se propaga,
    avanza enrojecida por los hielos,
    inunda estepas, salta serranías,
    recoge, cierra, besa toda llaga,
    aplasta las miserias y las melancolías.

    Es como un sol que eclipsa las tinieblas lunares,
    es como un corazón que se extiende y absorbe,
    que se despliega igual que el coral de los mares
    en bandadas de sangre a todo el orbe.

    Es un olor que alegra los olfatos
    y una canción que halla sus ecos en las minas.

    España suena llena de retratos
    de Lenin entre hogueras matutinas.

    Bajo un diluvio de hombres extinguidos,
    España se defiende
    con un soldado ardiendo de toda podredumbre.
    Y por los Pirineos ofendidos
    alza sus llamas, sus hogueras tiende
    para estrechar con Rusia los cercos de la lumbre.


        [21]


      CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

    He poblado tu vientre de amor y sementera,
    he prolongado el eco de sangre a que respondo
    y espero sobre el surco como el arado espera:
    he llegado hasta el fondo.

    Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
    esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
    tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
    de cierva concebida.

    Ya me parece que eres un cristal delicado,
    temo que te rompas al más leve tropiezo,
    y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
    fuera como el cerezo.

    Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
    te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
    Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
    ansiado por el plomo.

    Sobre los ataúdes feroces en acecho,
    sobre los mismo muertos sin remedio y sin fosa
    te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
    hasta en el polvo, esposa.

    Cuando junto a los campos de combate te piensa
    mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
    te acercas hacia mí como una boca inmensa
    de hambrienta dentadura.

    Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
    aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
    y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
    y defiendo tu hijo.

    Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
    envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
    y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
    sin colmillos ni garras.

    Es preciso matar para seguir viviendo.
    Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
    y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
    cosida por tu mano.

    Tus piernas implacables al parto van derecho,
    y tu implacable boca de labios indomables,
    y ante mi soledad de explosiones y brechas
    recorres un camino de besos implacables.

    Para el hijo será la paz que estoy forjando.
    Y al fin en un océano de irremediables huesos
    tu corazón y el mío naufragarán, quedando
    una mujer y un hombre gastados por los besos.


        [22]


    CAMPESINO DE ESPAA

    Traspasada por junio,
    por España y la sangre,
    se levanta mi lengua
    con clamor a llamarte.

    Campesino que mueres,
    campesino que yaces
    en la tierra que siente
    no tragar alemanes,
    no morder italianos:
    español que te abates
    con la nuca marcada
    por un yugo infamante,
    que traicionas al pueblo
    defensor de los panes:
    campesino, despierta,
    español, que no es tarde.

    Calabozos y hierros,
    calabozos y cárceles,
    desventuras, presidios,
    atropellos y hambres,
    eso estás defendiendo,
    no otra cosa más grande.
    Perdición de tus hijos,
    maldición de tus padres,
    que doblegas tus huesos
    al verdugo sangrante,
    que deshonras tu trigo,
    que tu tierra deshaces,
    campesino, despierta,
    español, que no es tarde.

    Retroceden al hoyo
    que se cierra y se abre,
    por la fuerza del pueblo
    forjador de verdades,
    escuadrones del crimen,
    corazones brutales,
    dictadores del polvo,
    soberanos voraces.

    Con la prisa del fuego,
    en un mágico avance,
    un ejército férreo
    que cosecha gigantes
    los arrastra hasta el polvo,
    hasta el polvo los barre.

    No hay quien sitie la vida,
    no hay quien cerque la sangre
    cuando empuña sus alas
    y las clava en el aire.

    La alegría y la fuerza
    de estos músculos parte
    como un hondo y sonoro
    manantial de volcanes.

    Vencedores seremos,
    porque somos titanes
    sonriendo a las balas
    y gritando: ¡Adelante!
    La salud de los trigos
    sólo aquí huele y arde.

    De la muerte y la muerte
    sois: de nadie y de nadie.
    De la vida nosotros,
    del sabor de los árboles.

    Victoriosos saldremos
    de las fúnebres fauces,
    remontándonos libres
    sobre tantos plumajes,
    dominantes las frentes,
    el mirar dominante,
    y vosotros vencidos
    como aquellos cadáveres.

    Campesino, despierta,
    español, que no es tarde.
    A este lado de España
    esperamos que pases:
    que tu tierra y tu cuerpo
    la invasión no se trague.


        [23]


      PASIONARIA

    Moriré como el pájaro: cantando,
    penetrado de pluma y entereza,
    sobre la duradera claridad de las cosas.
    Cantando ha de cogerme el hoyo blando,
    tendida el alma, vuelta la cabeza
    hacia las hermosuras más hermosas.

    Una mujer que es una estepa sola
    habitada de aceros y criaturas,
    sube de espuma y atraviesa de ola
    por este municipio de hermosuras.

    Dan ganas de besar los pies y la sonrisa
    a esta herida española,
    y aquel gesto que lleva de nación enlutada,
    y aquella tierra que de pronto pisa
    como si contuviera la tierra en la pisada.

    Fuego la enciende, fuego la alimenta:
    fuego que crece, quema y apasiona
    desde el almendro en flor de su osamenta.
    A sus pies, la ceniza más helada se encona.

    Vasca de generosos yacimientos:
    encina, piedra, vida, hierba noble,
    naciste para dar dirección a los vientos,
    naciste para ser esposa de algún roble.

    Sólo los montes pueden sostenerte
    grabada estás en tronco sensitivo,
    esculpida en el sol de los viñedos.
    El minero descubre por oírte y por verte
    las sordas galerías del mineral cautivo,
    y a través de la tierra les lleva hasta tus dedos.

    Tus dedos y tus uñas fulgen como carbones,
    amenazando fuego hasta a los astros
    porque en mitad de la palabra pones
    una sangre que deja fósforo entre sus rastros.

    Claman tus brazos que hacen hasta espuma
    al chocar contra el viento:
    se desbordan tu pecho y tus arterias
    porque tanta maleza se consuma,
    porque tanto tormento,
    porque tantas miserias.

    Los herreros te cantan al son de la herrería,
    Pasionaria el pastor escribe en la cayada
    y el pescador a besos te dibuja en las velas.

    Oscuro el mediodía,
    la mujer redimida y agrandada,
    naufragadas y heridas las gacelas
    se reconocen al fulgor que envía
    tu voz incandescente, manantial de candelas.

    Quemando con el fuego de la cal abrasada,
    hablando con la boca de los pozos mineros,
    mujer, España, madre en infinito,
    eres capaz de producir luceros,
    eres capaz de arder de un solo grito.
    Pierden maldad y sombra tigres y carceleros.

    Por tu voz habla España la de las cordilleras,
    la de los brazos pobres y explotados,
    crecen los héroes llenos de palmeras
    y mueren saludándote pilotos y soldados.

    Oyéndore batir como cubierta
    de meridianos, yunques y cigarras,
    el varón español sale a su puerta
    a sufrir recorriendo llanuras de guitarras.

    Ardiendo quedarás enardecida
    sobre el arco nublado del olvido,
    sobre el tiempo que teme sobrepasar tu vida
    y toca como un ciego, bajo un puente
    de ceño envejecido,
    un violín lastimado e impotente.

    Tu cincelada fuerza lucirá eternamente,
    fogosamente plena de destellos.
    Y aquel que de la cárcel fue mordido
    terminará su llanto en tus cabellos.


        [24]


        EUZKADI

    Italia y Alemania dilataron sus velas
    de lodo carcomido,
    agruparon, sembraron sus luctuosas telas,
    lanzaron las arañas más negras de su nido.

    Contra España cayeron y España no ha caído.

    España no es un grano,
    ni una ciudad, ni dos, ni tres ciudades.
    España no se abarca con la mano
    que arroja en su terreno puñados de crueldades.

    Al mar no se lo tragan los barcos invasores,
    mientras existe un árbol el bosque no se pierde,
    una pared perdura sobre un solo ladrillo.
    España se defiende de reveses traidores,
    y avanza, y lucha, y muerde
    mientras le quede un hombre de pie como un cuchillo.

    Si no se pierde todo no se ha perdido nada.

    En tanto aliente un español con ira
    fulgurante de espada,
    ¿se perderá? ¡Mentira!

    Mirad, no lo contrario que sucede,
    sino lo favorable que promete el futuro,
    los anchos porvenires que allá se bambolean.
    El acero no cede,
    el bronce sigue en su color y duro,
    la piedra no se ablanda por más que la golpean.

    No nos queda un varón, sino millones,
    ni un corazón que canta: ¡soy un muro!,
    que es una inmensidad de corazones.

    En Euzkadi han caído no sé cuántos leones
    y una ciudad por la invasión deshechos.
    Su soplo de silencio nos anima,
    y su valor redobla en nuestros pechos
    atravesando España por debajo y encima.

    No se debe llorar, que no es la hora,
    hombres en cuya piel se transparenta
    la libertad del mar trabajadora.

    Quien se para a llorar, quien se lamenta
    contra la piedra hostil del desaliento,
    quien se pone a otra cosa que no sea el combate,
    no será un vencedor, será un vencido lento.

    Español, al rescate
    de todo lo perdido.
    ¡Venceré! has de gritar sobre cada momento
    para no ser vencido.

    Si fuera un grano lo que nos quedara,
    España salvaremos con un grano.
    La victoria es un fuego que alumbra nuestra cara
    desde un remoto monte cada vez más cercano.


        [25]


      FUERZA DEL MANZANARES

    La voz de bronce no hay quien la estrangule:
    mi voz de bronce no hay quien la corrompa.
    No puede ser ni que el silencio anule
    su soplo ejecutivo de pasión y de trompa.

    Con esta voz templada al fuego vivo,
    amasada en un bronce de pesares,
    salgo a la puerta eterna del olivo,
    y dejo dicho entre los olivares...

    El río Manzanares,
    un traje inexpugnable de soldado
    tejido por la bala y la ribera,
    sobre su adolescencia de juncos ha colgado.

    Hoy es un río y antes no lo era:
    era una gota de metal mezquino,
    un arenal apenas transitado,
    sin gloria y sin destino.

    Hoy es un trinchera
    de agua que no reduce nadie, nada,
    tan relampagueante que parece
    en la carne del mismo sol cavada.

    El leve Manzanares se merece
    ser mar entre los mares.

    Al mar, al tiempo, al sol, a este río que crece,
    jamás podrás herirlos por más que les dispares.

    Tus aguas de pequeña muchedumbre,
    ay río de Madrid, yo he defendido,
    y la ciudad que al lado es una cumbre
    de diamante agresor y esclarecido.

    Cansado acaso, pero no vencido,
    sale de sus jornadas el soldado.
    En la boca le canta una cigarra
    y otra heroica cigarra en el costado.

    ¿Adónde fue el colmillo con la garra?

    La hiena no ha pasado
    a donde más quería.

    Madrid sigue en su puesto ante la hiena,
    con su altura de día.

    Una torre de arena
    ante Madrid y el río se derrumba.

    En todas las paredes está escrito:
    Madrid será tu tumba.

    Y alguien cavó ya el hoyo de este grito.

    Al río Manzanares lo hace crecer la vena
    que no se agota nunca y enriquece.

    A fuerza de batallas y embestidas,
    crece el río que crece
    bajo los afluentes que forman las heridas.

    Camino de ser mar va el Manzanares:
    rojo y cálido avanza
    a regar, además del Tajo y de los mares,
    donde late un obrero de esperanza.

    Madrid, por él regado, se abalanza
    detrás de sus balcones y congojas,
    grabado en un rubí de lontananza
    con las paredes cada vez más rojas.

    Chopos que a los soldados
    levanta monumentos vegetales,
    un resplandor de huesos liberados
    lanzan alegremente sobre los hospitales.

    El alma de Madrid inunda las naciones,
    el Manzanares llega triunfante al infinito,
    pasa como la historia sonando sus renglones,
    y en el sabor del tiempo queda escrito.

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